Con apenas 11 años, Luciana García se consagró campeona sudamericana de judo. Junto a su padre y entrenador, Gustavo, comparte una pasión que une a tres generaciones de una familia marcada por la disciplina, el esfuerzo y el amor por este deporte.
"Cuando la vi ganar el Sudamericano, no me entraba el pecho en el cuerpo", confiesa Gustavo con emoción. "Fue una euforia total. La mamá la acompañó desde la tribuna y los abuelos, que viven en Colombia, la vieron en vivo por la transmisión. Toda la familia estaba conectada".
Pero no todo son medallas, Gustavo sabe que el verdadero valor del judo está en la formación humana: "Más allá de los triunfos, lo que más admiro de Luciana es su manejo emocional. Sabe mantener la calma, manejar la ansiedad y tolerar la frustración. Eso es fundamental. A veces se gana y a veces se aprende, pero siempre se sigue adelante."
Además, destacó que la niña "tiene una mentalidad distinta. Desde chiquita mientras los demás jugaban, ella quería ganar. Y eso no viene de la presión, sino d e su carácter".
Aún así, contaron que a veces el desafío mayor es "separar al papá del entrenador" porque "en el dojo soy el sensei, pero en casa soy el papá. Aunque a veces me reclama que no le doy bola cuando se golpea en los entrenamientos. Me lo guarda y me lo dice después en casa, con enojo y todo", dice entre risas.
La experiencia de representar a la Argentina en un torneo internacional marcó un antes y un después. "Fue increíble. Participaron Brasil, Colombia, Ecuador, Chile, Uruguay y Paraguay. Llevamos doce chicos de la academia y trajimos siete medallas. No les quedó chico el torneo. Es fruto de mucho trabajo y de una comisión de padres que se pone todo al hombro", remarca.
Ahora, la mirada está puesta en Lima. "Nuestro sueño es llegar a los Juegos Olímpicos. Sabemos que es un camino largo y difícil, solo van los 32 mejores del mundo. Pero tenemos tiempo. Luciana recién empieza y estamos yendo por un muy buen camino."
Mientras tanto, Luciana, llena de amor respondió que tiene claro su modelo a seguir: Me encanta una judoca japonesa que se llama Abe Uta. Soy fan".
Hoy, cada vez que Luciana sube al tatami, no lo hace sola. Lleva con ella la fuerza de su padre, el legado de su abuela y una historia que se escribe en cada caída y cada victoria. Entre abrazos, sueños y entrenamientos, Gustavo y Luciana demuestran que el judo —como la vida— se trata de levantarse juntos.



